martes, 29 de mayo de 2012

Ejemplo de ensayo


Perspectivas de la educación en el marco de la globalización



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La sociedad del S.XXI está marcada por los signos y tendencias de la globalización, entendida ésta como un proceso acelerado de intercambios comerciales y financieros (Comeliau, 1995) que se establecen entre las distintas regiones del mundo. Las leyes del mercado son las que determinan, en primera instancia, las políticas para el desarrollo en todos los países y, en esa vía, se priorizan acciones que tienden a reproducir este modelo económico neoliberal, ajustándose a las normas o reglas del juego que se dictan en los organismos financieros internacionales (FMI, BM, OMC), para responder a las exigencias del mercado internacional. En este contexto, dichas exigencias ahondan las desigualdades entre los países industrializados y los países en vías de desarrollo, como el nuestro; por lo que se plantea como imperativo contrarrestar los efectos negativos de este proceso a partir de la reflexión sobre las mejores formas de equilibrar las políticas para el desarrollo con la satisfacción de las necesidades esenciales de la población, de tal manera que le permitan a esas grandes mayorías elevar sus niveles de vida. Y el papel que le corresponde jugar a la educación, está en el centro del debate.

De acuerdo con autores como McGinn (1995) y Licha (1996), la situación anteriormente descrita obliga a reflexionar sobre las siguientes cuestiones: ¿Qué tipo de educación se requiere para hacer frente al proceso de globalización en este siglo XXI? ¿Cuáles son las competencias que la escuela debe desarrollar en las jóvenes generaciones? ¿De qué manera puede responder el campo educativo a las demandas de un modelo económico que propicie el desarrollo?

Para responder a estas interrogantes hemos creído pertinente, en primer lugar, presentar algunas características generales de lo que se entiende por globalización; después abordaremos las necesidades del mercado laboral y su relación con los cambios curriculares que se requieren para “satisfacer” el tipo de formación específica que la estructura productiva actual demanda; finalmente plantearemos algunas consideraciones sobre la viabilidad de estas propuestas en países en vías de desarrollo y el contexto en que se presenta la necesidad de un enfoque humanista que debe permear el discurso educativo. Creemos que son algunas cuestiones  claves que nos pueden arrojar luz sobre el tipo de relaciones que se pueden establecer entre ciencia, educación y sociedad y que limitan las opciones para el desarrollo en un país o, gracias al enfoque con que se articulen, permiten avanzar, hacer frente a la globalización, vinculando la política económica a la política social. Claro que ése es el reto.

Giddens (2000: 28) menciona que la sociedad actual se caracteriza porque “el mundo actual (...) parece estar cada vez más fuera de control (...) es un mundo desbocado”, un mundo dirigido por la economía norteamericana que trastorna nuestros modos de vivir, nos globaliza y nos sumerge en una complejidad cultural al exponernos a un bombardeo continuo y permanente de imágenes e información a lo largo del planeta. Se trata, siguiendo a este mismo autor, de una “nueva economía electrónica global” donde en un momento se pueden hacer operaciones millonarias de capital oprimiendo el botón de un ratón, pero que no se reduce a la esfera económica, sino es un fenómeno que influye en las profundidades de nuestra vida personal.

Así pues, la globalización comporta múltiples dimensiones y se puede decir que se basa en la intensificación acelerada de intercambios de mercancías, servicios, capitales y tecnologías en un marco de privatizaciones, desregulación económica y pérdida de soberanía de los estados nacionales. Es un modelo de desarrollo caracterizado por la homogeneización de hábitos de consumo, formas de producir, modos de vida, valores y referentes culturales. Si bien este modelo de desarrollo se basa en el progreso tecnológico, los costos de dicho “progreso” recaen en la mayoría de la población de los países en vías de desarrollo, generando en ellos mayores desigualdades sociales, contaminación desmedida, desastre ecológico, procesos de exclusión social y una continua pauperización. Estos son los costos que el pretendido desarrollo impone a nuestros pueblos.

En los países en vías de desarrollo, la restricción del presupuesto en el sector educativo y la falta o escasez de proyectos que sean claros, consistentes y de largo alcance impiden la generación de mano de obra calificada para hacer frente a los retos del mercado laboral; es decir, las ocupaciones exigen o demandan un alto grado de especialización acorde con los requerimientos de las nuevas tecnologías de información y comunicación. Esto implica replantear los paradigmas educativos.

En este tenor, los organismos internacionales en materia de educación (como la UNESCO) plantean que las metas a lograr tienen que ver, en esencia, con ofrecer una educación integral, en la cual no sólo se enseñen contenidos, sino también destrezas y valores que le permitan al individuo ser estudiante, persona y ciudadano. Dicha formación integral  deberá darse en torno a fines específicos; como lo intelectual que fomenta el pensamiento lógico, crítico y creativo  necesarios para el desarrollo de conocimientos; lo humano, necesario para el desarrollo de actitudes y valores democráticos en el individuo; lo social para fortalecer los valores y actitudes que  le permiten relacionarse y poder convivir con los demás; lo profesional orientado a generar conocimientos, habilidades y valores que se encaminan al saber hacer de la profesión, que incluye una ética en el ejercicio de la disciplina. Todo ello para favorecerlo en su integración al mundo laboral.

La función de las instituciones educativas es, pues, la de formadoras de profesionistas, con posibilidades de generar y aplicar conocimientos que atiendan a las necesidades de su entorno y al mismo tiempo favorezca el desarrollo social con equidad. Es decir, al tomar esta función, las instituciones educativas deben redefinir su papel en el sentido de que tendrán que tomar en cuenta las condiciones actuales en las cuales se desenvuelven, respecto a problemas ambientales, diversidad cultural, exigencias del mercado laboral, aumento de la pobreza, etc.

Bajo estas circunstancias, el estudiante deberá desarrollar nuevas formas de aprendizaje basadas en la educación integrada; es decir, con una visión inter y transdisciplinaria, lo cual le permitirá abordar la problemática de su disciplina en su centro o en su entorno. En suma, debe reunir una serie de habilidades para el aprendizaje permanente, el desarrollo autónomo, el trabajo en equipo, la comunicación con los otros, la creatividad, la innovación en el conocimiento y en el desarrollo de la tecnología. Sólo de esta manera podrá ser competitivo en este mundo globalizado.

La globalización plantea a los países en vías de desarrollo el desafío de definir un proyecto político que les permita enfrentar los retos que implica un proceso de  mundialización que tiende cada vez más a acabar con las fronteras económicas, conectar al mundo por medio de los sistemas informáticos; así como desaparecer los viejos esquemas de control político. Es imperativo, por tanto, retomar el control y dominio de la expansión de este sistema global, “desbocado”, y le corresponde al campo educativo, como señala Comeliau (1995), promover el pensamiento crítico y reflexivo para identificar las características e implicaciones de la globalización y encontrar las vías para superar como únicos criterios de decisión la rentabilidad y la competitividad, a través del impulso del debate ciudadano. Ello permitirá fomentar el rechazo a las tendencias homogeneizantes y la aceptación y respeto hacia la diversidad cultural y la búsqueda de políticas que tiendan a la protección de los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

Este enfoque del desarrollo sólo será posible a través de la articulación del ámbito de lo social y lo económico. Es necesario reconocer que no hay posibilidades de desarrollo social si no se mantiene una visión prospectiva, de larga duración, en donde la preocupación central se fije en las generaciones futuras. Y esto implica cuidar los recursos naturales, poner al servicio de la sociedad el progreso de la ciencia y la tecnología, recuperar el sentido de lo humano.

En este contexto, se propone la necesidad de una ética global (Pérez de Cuéllar, 1995: 48) basada en valores compartidos por la humanidad cuyo principio sea “aliviar el sufrimiento donde sea posible” y la recuperación del ethos académico (Licha, 1996: 163), donde “las normas y valores que gobiernan la actividad científica son el comunitarismo y el desinterés”. Los principios fundamentales de este enfoque humanista se basan en la defensa de los derechos humanos,  en el fortalecimiento de prácticas democráticas para la solución de conflictos a partir del diálogo y la construcción de consensos y el respeto al disenso, la protección a las minorías, la equidad inter e intrageneracional en donde las generaciones presentes se hagan responsables del mundo que heredarán a las generaciones futuras sin menoscabo de la atención a las actuales generaciones; y para la construcción y apropiación de este discurso se requiere de un nuevo paradigma educativo que oriente socialmente la actividad científica hacia la satisfacción de las necesidades básicas de la población, hacia el desarrollo económico y social.

A manera de conclusión, diremos que  una concepción de desarrollo que implique crecimiento económico y mejoramiento de las condiciones de vida implica modificaciones del funcionamiento de los procesos productivos, de las políticas de formación de las actuales generaciones y, sobretodo, demanda  la “elaboración de instrumentos conceptuales y políticos” (Comeliau, 1995: 29) que permitan la síntesis entre lo económico y lo social, que posibiliten este nuevo enfoque del desarrollo. Ciertamente, no sólo se trata de buena voluntad. El papel de los grupos gobernantes y de la sociedad civil es determinante en este proceso.


Referencias:

Comeliau, Ch. (1995). Los retos de la globalización. En Dossier. Perspectivas. Los retos de la globalización (pp. 27-30). México: ILCE.

Giddens, A. (2000). Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas.  Madrid: Taurus.

McGinn, N. F. (1995). El impacto de la globalización en los sistemas educativos            nacionales. En Dossier. Perspectivas. Los retos de la globalización. (35-41). México: ILCE. 

Licha, I. (1996). La erosión del ethos académico. En La investigación y las universidades latinoamericanas del siglo XXI: los desafíos de la globalización. (pp. 161-181).  Argentina: UDUAL.

Pérez de Cuéllar, J. (1995). Nuestra diversidad creativa.  En Informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo (pp. 41-63). NY: UNESCO.


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